Cuando te ofrecen la posibilidad de navegar en GC32, un barco volador de competición, te pasan primero una especie de cuestionario-contrato que si te lo lees entero y analizas lo que pone, puedes llegar a plantearte si seguir hacia adelante o no. Después del texto inicial exonerando a la organización y al equipo de cualquier contratiempo, tienes que marcar una casilla de SI o NO, a preguntas como: ¿Sufre del corazón? ¿Tiene algún tipo de alergia? ¿Es capaz de nadar 50 metros? Si respondes a como toca, a continuación te dicen que indiques un número de teléfono al que puedan llamar en caso de emergencia.
Una vez has dado tu consentimiento te pasan un vídeo de lo que puedes y con lo que no debes hacer. Por suerte yo ya conocía todo este procedimiento, pero alguno que iba a subir por primera vez a un GC32 la cara de sonrisa-pánico inicial de ‘a ver donde me voy a meter y donde voy a acabar’ y el cuchicheo con el vecino de la silla de al lado era evidente.
Si uno lo piensa fríamente, en lugar de subirte a un barco parece que uno vaya a entrar a una operación a vida a muerte. Y luego cuando te pasan la indumentaria, chaleco salvavidas anti-choque y casco, pareces estar más cerca de ir a la guerra que a una regata.
Navegar en barcos potentes he tenido varias: Copa América, Volvo Ocean Race, Barcelona World Race, TP52, GP42, RC44, Extreme40 o en el Spindrift 2 de Dona Bertarelli, el trimarán más grande del mundo con 40 metros de eslora y 23 de manga. Esto ha venido acompañado de hacerlo al lado de nombres tan grandes en el mundo de la vela como los Russell Coutts, Ben Ainslie, Grant Dalton, Luis Doreste, Roberto Bermúdez de Castro, Yann Guichard, Iker Martínez, Xabi Fernández…La verdad es como si te dieran la oportunidad de compartir equipo por unas horas con Messi o Ronaldo.
Esta era la tercera vez que me invitaban a subir a un GC32. La primera fue en Sotogrande con el equipo francés Team Engie que patronea Sébastien Rogues. Me monté y Engie ganó por primera vez una prueba del circuito. Estaban felices y me dieron la enhorabuena, aunque yo lo único que hice fue no moverme mucho y sobre todo observar.
La segunda fue hace apenas tres semanas en Barcelona con motivo de las Extreme Sailing Series. Eugenia Manzanas la jefa de prensa de las EXSS me preguntó: “¿Te quieres montar en Alinghi? A que no me vas a decir que no”, era hacerlo en un proyecto de Ernesto Bertarelli que en su día había sido el Defender de la Copa América. Un caramelo apetecible. Y ahí que fui. Alinghi también ganó aquella manga. Casualidad que fuera yo con ellos.
Y días después Team Engie contactó conmigo de nuevo para acompañarle alguno de los días de la 36 Copa del Rey Mapfre, y como no, no desaproveché la oportunidad. Era para participar en los test de velocidad, previos al inicio de las regatas.
Me subí a Team Engie en el pantalán, saludé a la tripulación y alguno de ellos me recordó lo de la primera victoria en el circuito conmigo a bordo, Rogues y Jean-Baptiste Gellée, el trimer de mayor, con el que desde entonces cuando nos encontramos por los pantalanes nos saludamos.
Una vez a bordo y saliendo por la dársena, el proa Benjamin Amiot, me da la últimas instrucciones, aunque me recordó que era un veterano en estas lindes. La lancha de apoyo se apartó dejando al catamarán a su libre albedrío. Empiezan a ajustar la máquina y a partir de ahí a ‘calentar’, a navegar, a probar que todo esté perfecto y a correr.
El tripulante invitado está sentado en la red que une los dos cascos en el lado de estribor (derecha). De un recuadro de 1×1 no te puedes salir, tienes que tener cuidado en dejar libre la escota del gennaker –vela de proa -, es muy importante no pisarla ni que se te líe entre las piernas, sino el peligro es engancharte y las consecuencias fatales. El resto es quedarse ahí y los tripulantes te pasan por encima dando botes, al final eres como un objeto más dentro del barco. Se nota que tienen experiencia en ello.
Empieza el test de velocidad con salida en popa y el barco empieza a levantarse. Te das cuenta enseguida, los foils –orzas que hay en los dos patines-, empiezan a hacer un zumbido como el de los aviones. El barco se levanta y notas como si estuvieras levitando sobre las aguas cuando ves a los barcos de alrededor por debajo de ti. Apenas es un metro lo que sube pero suficiente para notar que estás volando a una velocidad que triplica la del viento del momento y que el barco solo toca el agua con los foils y los timones, con lo que se puede convertir en un caballo desbocado y acabar boca abajo en cuestión de segundos. Además, tu eres el que vas más a proa y en caso de volcar, también el primero que te vas al agua. Precisamente en el momento que montan la boya para coger el rumbo de ceñida –contra el viento- el pantocazo es enorme y los patines se clavan en el agua. Al estar sentado en una red, quedas empatado de arriba abajo, y la cantidad de agua es tal, que parece que te has sumergido unos segundos.
Lo que me dio más tranquilidad es ver la seguridad en la que ellos manejan el catamarán volador como si fuera un barco normal. Acabó el test de velocidad, y después más de una hora montado en el Team Engie, llegó la lancha de apoyo, y la tripulación se despidió de mí con un: “¿Has disfrutado”. Y la respuesta no podía ser otra que: “Claro que sí. Mucho. Hasta la próxima. Merci beaucoup”.
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